Cuando Pablo Neruda descargó en mis sueños
la dimensión infinita de los hombres
y su discurso pedante
temblador de las nirvanas
correligionario y comandante
con demasiados mausoleos y pañuelos
cubriendo todo el cielo
no deja espacio ni a los muertos.
Prefiero de Neruda ese hombre obeso
durmiendo con Matilde en cama flaca
con sus resortes y el oxidado eco de la tos
que parece un suspiro solitario de un mascarón de proa añejo
sólo útil para cazar gaviotas con sus alas boquiabiertas
en el ángulo superior izquierdo
de los marcos de marinas y retratos de navieros puertos.
Y sacudiéndose los pelos de un corte caballero
para que la boina complete su ridículo vacío
donde duerme un gato cada vez que pienso
en ese misterioso que le sopla con sus versos
las cuadernas
y cristalerías de colores de todas las vitrinas
del boliche anónimo
que le vendió el pan más duro
y se quedó con todo el vuelto.