Cuando Pezoa Veliz
pasó una Tarde en el hospital
donde nacieron mis hijas,
miro el mismo árbol
en amplia pieza
y para espantar la tristeza,
duermo.
Mientras la descalza pelvis
pare descendencia
al grito de sus labios
que no heredo,
pienso.
A pesar del apellido;
no son míos los nacidos.
Bajo demasiadas luces en el cielo
y asépticos quejidos;
yazgo
Me descarta la cascada de los hijos.
A pesar del apellido,
el óvulo no es mío.
Por las hembras corre el río.
Pienso.