324.- FERNANDO PESSOA (Conversación de dioses)

























Cuando pasan veloces muchos días, muchas noches,
tengo en mis sueños los mundos fulminantes
pues esto no es más ni menos
que un diálogo de dioses.

Recuerdo a Ricardo con Álvaro de Campos o Caeiro,
cuando ellos pasan muertos de la risa por mis poses
como raudos militantes infelices en el cuerpo de Pessoa
asomando por la ventanilla azul de ese viejo Chevrolet .
Ese que ya no se fabrica,  por el miedo a la ridiculez.

Por si acaso tengo abierta la ventana del hotel
donde pasa el mundo con sus autos por el cosmos del poeta
cuando Él está de moda, con su ingenua desnudez.

Es la mía
y me refiero mi verdad
una de las voces o ventanas encendidas
que permanecen muy abiertas,  con mi estilo inglés.

La que más prende es la mía
en la ciudad desprevenida
que en mi bicicleta intensamente transité
hasta alcanzar el estado,  de absoluta ingravidez.

Evidentemente que es La Muerte
la que conduce el carro del invierno y del averno
con sus ruedas blancas y pistones o guadañas
que me va viniendo a través de la ventana, de mi cuarto inglés.
Aunque sólo vean el modelo Impala,  de ese viejo Chevrolet.

Hoy está viniendo muy despacio
¿Alguien sabe desde dónde viene la vejez?

Ronroneando desde adentro, se me ocurre.
Calentando los motores con el sopor de marcha neutra.
Y sin saber que me ha cogido de la pleura
se estaciona de costado junto a mi anticuada puerta
con su perversa fauna,  de rencores y altivez.

Estoy muy conmocionado y asustado
y al mismo tiempo acostumbrado
pero sin asomo de la timidez.

Desde mi ventana abierta sigo payaseando
poniendo caras de erudito. Soy el infrascrito
con el porfiado estilo que cultivo,  desde mi niñez.

Estoy certero como si supiera en qué desgrano
y me hago el leso cuando don Fernando me pregunta:

-¿En qué consiste tu abolengo, hispanoamericano,

impreso en el parachoques norteamericano
de tu Impala Chevrolet?

Me aterra la pregunta cuando lo adivino sospechoso
y con ese modo solapado del que sabe mucho más que usted.

¿Qué dirías tú? ¿En qué debo a pensar al rebatir?
Absolutamente y nada más que en mí.
Nada hay más urgente ni menos culminante. Nada.
No lo dudes. Y entonces le respondo con intrepidez :

- Soy un hombre familiar sin la menor estética
incapaz de asimilar ni siquiera la poética
de algún lusitano con su bigotillo oscuro
pero portugués.

Fíjense que a veces digo lo siguiente:
- La curiosidad primera se me da solo en el poema
pero siempre se me sale cuando tomo el té
y en mi campo de batalla también viven tus semillas
a la hora absurda del cliché.

- Porque has soñado demasiado y tomas de prestado.
Me musita ese Pessoa que lo adiviné.

- Si es que soñar no es lo acostumbrado.
Le replico entusiasmado por el brillo de mi confesión.
¡Estoy iluminado! Me vienen ideas a granel.

- ¿Y en qué tú sueñas, latinoamericano?
Me lo pregunta con un tono mortecino
sostenido en el cromo ambiguo de su viejo Chevrolet.

Le comento sin remedo apelando a desertores
que cosas como éstas ya se han dicho muchas veces
por frondosos oradores. Sólo que para ésta,
me sospecho,
es la coyuntura,  de la más perfecta brillantez.

...

Pero no se me ocurre nada para despistar.
Como ocurre a diario
estoy de nuevo macilento
sin saber por qué.

¿Ustedes no conocen a Fernando?
Déjenme contarles todo lo que sé.
Es un hombre pequeñito
con un abrigo grande para el smog inglés
Pero él vive en Lisboa, a mí me lo parece,
con el formal sombrero de los funcionarios
sobre espesas cejas
que amenazan habitualmente sus ojos de tristeza.

Parece un boticario con el bigotillo medio portugués
como lo haría para comerse con los ojos a esa amante
de un teniente disfrazado de francés.

Un linotipista, un asesino en serie.
Te lo digo en serio.
Ese es don Fernando o Alberto Caeiro
o Álvaro de Campos o Ricardo Reis.

Nunca nadie supo lo que fue
y con él converso ahora,
pero desconozco
de todo lo que soy
y me doy de cabezazos contra el parachoques,  de su Chevrolet.

Creo, al igual que todos
y de una vez por todas, como dijo don Ricardo Reis
es la circunstancia
para confesarme
en un dos por tres.

- He soñando en secreto mis victorias
lo reconozco con valiente candidez.

- He destrozado las palabras de mi lengua
y mis sesos grasos se parecen al puré.

- He creído que me aman
y ni recelan de mi gran estupidez.

- Entiendo que soy muy grande para ser un comprendido, - digo.
Lo pienso escondido y protegido en mi bulín burgués.

- Tienes toda la razón, Rubén.
Me comenta don Fernando con su pena colosal.

Y yo prosigo muy tranquilo:
- Opino que nunca me equivoco
porque soy más pequeño que los otros.
Me parece que no explico.

- Tal vez  Rubén, yo no conozca su lenguaje dolorido
Lo he leído poco y mucho menos lo adivino.

- Soy el que más conoce las derrotas

y de aquel asalto equívoco; haber nacido.
- Fíjese no más usted
que no puedo ni dormir pensando en todo lo que sé.

- En la esfera mar del espejo

se me parte en la cabeza 
y por consecuencia, me vienen diluvios persistentes.
- A mi mujer,  - me dice don Fernando, 
se lo he dicho más de alguna vez.

- Pero soy y quizá lo sea siempre,
el que está en lo oscuro del Te Deum
sin derecho a ser nombrado por la doncellez
tal vez por el gustillo amargo ese,
de la lobreguez.

- Seré el que no ha sido

o el que quiso ser y no lo pudo
Y el que ha sido todo. Vaya usted a saber.

- Por lo demás ya hice todo lo que pude

y aunque fuere poco, no haré nada más,
lo asevero con perfecta solidez.
y me molestan los demás, don Fernando,
al igual que a usted.

- Sobre mi cabeza ardiente seguirán cayendo muchas fiebres.

- Todas las fiebres. ¿No ves que calciné las cruces
como un perverso feligrés?

...

Irá cayendo el pelo
más pronto que los muertos
Y mi Leviatán sin escarmiento.
Sé su sol, su torrente y ambiciones
de las ciudades sus arboladuras torrenciales.
Todo eso sé.

Erudito es el aire que concurre a las multitudes de mi afecto
y su exactitud es muy útil entre los bosques, las estrellas
y sobre todo anegándome en el Metro
al igual que en el hirviente consomé.

Y en la casa del perverso, que aún está pendiente sé 
de sus mega construcciones, sociedades y consorcios
y troyanos,
de su geografía y su maldito anonimato malparido.
Sin piedad lo sé

Sé del aire que corre por las grietas de mi puerta
que cierro fieramente
pues sospecho siempre de testigos
y de la sentencia de ese juez falaz.

La muerte que venga si es que viene.
Me ha rozado tantas veces.
Estoy aquí en mi cama presto para servirle un vaso
y preguntar por su trabajo; por si paso.
Pero la desprecio sin ningún doblez.

Es más digno apretar alguna tuerca
en un rincón de los galpones
a ser el mejor de un Contrato que degrada
o un pirata más de los galeones.

...

- ¿Le apetece don Fernando
apresurar el paso al derecho o el revés?
¿O tiene miedo a mis tablas sueltas del parquet?

- ¡A las neuronas de un tornillo suelto!
Me comenta rancio, el que porta un virus portugués.

- Sé que los monos del Orinoco
miran al hombre con los ojos aterrados
y que la muerte no me hará preguntas bíblicas.
Mire todo lo que sé.

Sé que la Vía Láctea
la miro de canto por lo cual no veo ni mi estrella.
porque sé mucho de astrofísica y de lógica
entre otras misceláneas simultáneas; soy sagaz.

- Sé que los leones matan a las crías del otro
para no dejar su huella en tal crudeza
lo digo por todo lo cobarde que quita ser cortés.

Sé mucho de gramática en política
y eso es un problema vano que se disipa solo
pues los otros siempre están errados en aquel burdel.

Al igual que mis primeros pasos,
la nieve se ha llenado de monedas nuevas.
y mis viejos copos obedecen a la encíclica.

Sé de Dios en forma empírica
y eso ya no tiene vuelta
al igual que el viejo drama de don Lucifer.

 - Del insomnio conozco ya en exceso.

y en lo profundo de unos besos
tengo problemas extremadamente serios
con la que fuera mi mujer.

- Pero eso no es nada don Rubén
comparado con lo que sé de todas ellas.
Las malditas son perfectas y no lo digo por gentil
si no por la honradez senil.

Sumando y restando seré uno más que no han nombrado
a quien le sancionan su desprecio ya sin lágrimas,
y a pesar del ángel que soy
me quedan muchas por amar pero en cama de alquiler.

Y  a esa que alcancé a tocarle el piano
a no ser que se me caigan las alas unisex
en el manido y rutinario tema del amor.

No me imagino otras hembras
a no ser a todas mis madres que respiran generosas junto a mí
y a las perras que eran esas madres
sin dejar comer al padre infiel.

Bien lo decía mi padre:
- las enfermedades son algo más
que las garras apresando el cráneo por detrás
o la muerte de un viajero solo en un hotel
atorado con pastel.

...

Hiedo en esta pieza con ventana en la que yazgo.
Hay muchos muertos bajo el piso que no han sido descubiertos
y parecen comején.

Me acerco a la ventana
y veo otros muertos con mucha claridad
pero sé que son más los muertos
que me aterran secreteando,  como un comité.

Ellos son;
mi padre en primer lugar,
mis abuelos y mis tíos en segundo,
mis amigos, mis mujeres y mis hijos en orden sucesivo
los cuales ahora sólo son un vacío luminoso por llenar.
Sé que allí estarán los compasivos
donde yo me pudriré.

También mis asesinados y golpeados.
No les tengo miedo.
Qué importante es haber odiado con inmensa ira.
Tan importante como traicionar, si es eso que callé.

He vivido.
Puede que nunca haya vivido, ni creído.
Puede ser,  que no sabía
o que estaba confundido
y haber servido para nada,
Tal vez tampoco amé

He bebido demasiado.
O plagiado demasiado.
Además,  creo que me equivoqué.

Y si me equivoqué;
¿A quién le importa?
Ojala pudieran encontrarme lúcido
así un poquito a media luz
antes de tropezar con bacinicas y perder.

Es por dignidad lo que me falta por decir.
Apenas confundido y débil por la fiebre moriré
y dejando versos de nivel.

Versos que serán de otros
o morirán los versos
y me dejaran por otro. ¿Quién sabe?
Estoy confuso lo confieso
y al mismo tiempo muy contuso.

En determinado momento yo mismo no sabré quien soy
y mis versos irán a la basura.
Será así porque es verdad.

- Don Fernando usted me ha convencido.
¿O me ha soplado?

Y sobre esa muda,
mi ventana se irá muriendo desinflando
como los neumáticos gastados de su Impala Chevrolet.

Morirá también quien recoja mis escritos
cuando pasen veloces muchos días,
muchas noches de semillas.
Acaso ya estaba muerto desde ayer.
(Se ha muerto tanta gente de mi edad).
Me refiero a esa época
a la cual no puedo más que estarle agradecido,
aunque sólo sea por una mal entendida lealtad.

Se irán pudriendo,
cuando ya de mi nada quede,
ni mis habitaciones y utopías.
ni vuestros comentarios con la liviandad.

Morirá hasta el alfabeto.
Y el planeta donde ocurren estos hechos lastimeros
quedará perdido en la inmensidad.

Siempre se irán muriendo muchos soles
y si es que leen los lectores
o me escuchen
o se irriten.
Morirán.
Se lo anuncio con desprecio a los que leen.

-  Como puedes ver; Fernando,
ahora te tuteo
mis pensamientos continúan siendo majestuosos.
Incluso más que el tuyo.

Dios serás al fin uno.  
Después cero.
El universo tiene mucho ruido como para llenarlo de baladas
o con uno
o bobadas.

- ¿Vieron eso?
Sigo con mi vista al humo que cruzó por la ventana.
¿A dónde irá que ya no lo diviso?
¿Era yo en pleno ayuno?

Pasó más allá del limonero en pleno rezo.

...

¿Por qué persisto en escribir?
Será porque hablo poco
o porque conmigo no doy talla.
Y soy insuficiente.
Ni doy con el perfil, ni me contengo.

Disfruto este momento sensitivo y coherente,
ya sin prisa.
Después;
yo también me echo para atrás,  aquí en la cama
y con mis ojos medio abiertos, con mi aliento
veo sombras,  bajo el umbral de aquella puerta
y me muero de la risa.

Serán los enfermeros que me viene a buscar.
¿A dónde iré después?

- Don Fernando; hoy me busca ese Colega . . .
a conversar con quien lo niega. 
¿Sabe usted, para qué me quiere Dios?