Cuando al sur del fin del mundo
en un faro los custodios solitarios
que aman la papa caliente,
chilota por supuesto,
acompañan con polenta y amarillo bacalao ese confín
ven pasar fantasmas de pie
anclados a un témpano gritando
sobre tremendas olas negras
el nombre de la infancia que olvidar quisieron,
y ese grito que lastima y que perturba
es el llamado del padre reclamando
la Última Esperanza por sus muertos.